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jueves, 8 de abril de 2010

Cómo conquistar el mundo mediante imanes (Volumen III: el poder de la frenología; el Zen)

Como todos ustedes, mentes incisivas, flor y nata de nuestra ilustre sociedad científica, habrán ya criticado con su rápido discurrir, la frenología hace tiempo que dejó de considerarse una ciencia y, por lo tanto, sus preceptos ya no se consideran ciertos.

No obstante, aclaremos qué pasó, y por qué. La frenología postulaba que la personalidad guardaba una estrecha relación con la forma y peso del cráneo. De este modo, se justificaron el racismo y otros desvíos del comportamiento común. Bien es cierto que esto ha sido tachado de barbaridad, y no pretendo demostrar lo contrario. Sin embargo, hay otro aserto frenológico que sigue vigente hasta hoy, es más, que cobra fuerza con el tiempo: el de que cada tipo de pensamiento está localizado en una parte diferenciada del cerebro.

Bien. Además, no dudo de que conocerán la cantidad ingente de impulsos eléctricos que componen nuestros sistemas nerviosos central y periférico. Ahora mismo se desarrolla una técnica que se ha dado en llamar tomografía por positrones que nos permite registrar en qué partes del cerebro nuestra actividad es mayor, y así relacionarlas con el tipo de pensamiento que estamos procesando (¡incluso se puede saber si alguien miente midiendo las cargas de su sistema límbico!)

Así, no debemos olvidar en qué nos convertiremos cuando nos apliquemos el tratamiento electromagnético del volumen II: en máquinas cargadas con una inmensa potencia que, en esta sociedad en que los metales nos acosan a diario, sería un peligro para los demás y, lo que es más importante, también para nosotros. ¿De qué sirve el poder sin control? ¡No podemos permitirnos salir a la calle y que cientos de carteles y automóviles se ciernan sobre nosotros ávidos de arrebatarnos el poder del gobierno mundial! Nunca, amigos míos, jamás, confíen en un coche. Especialmente en los alemanes. Siempre han obstaculizado el ascenso de los grandes hombres de la historia.

Dicho lo dicho, y antes de pasar a controlar los pensamientos de los dos hemisferios del cerebro con objeto de poder elegir hacia donde proyectar todo nuestro electromagnetismo debemos, por paradójico que suene, aprender a anular nuestro sistema nervioso. Y esto no es sencillo, así que aplicaremos el sistema más poderoso que para ello ha concebido hasta ahora el ser humano: la meditación Zen.

La meditación zen, en su vertiente del Budismo Mayahana llamada Soto, aquélla que busca la iluminación mediante el vacío de la mente -y no mediante la estimulación como la Rinzai- es un sistema que busca el 'silencio interior', esto es, el 'no pensar'. Sin embargo, cientos de budistas Zen intentan con todo su esfuerzo alcanzar lo que ellos llaman Iluminación durante toda su vida y sólo algunos lo consiguen: ¿por qué habríamos de lograrlo nosotros sin dedicar tanto tiempo? He aquí la razón de que les haya expuesto el método para lograr la potenciación de sus facultades antes de comentarles esto. Con nuestra capacidad eléctrica estimulada, digamos, cien veces, deberíamos ser capaces de conseguir lo mismo que cualquier otro ser humano invirtiendo cien veces menos tiempo. Sin embargo, también se presenta la paradoja: para 'apagarnos' vamos a 'encendemos a tope', así que tal vez necesitemos la inmensa cantidad de cinco o seis años de nuestra vida, con mala suerte.

He aquí las sencillas instrucciones para llegar al estado de intuición Prajna: en primer lugar, debemos asimilar a toda velocidad -nuestra memoria también estará poderosamente estimulada- los libros del profesor y maestro de Zen D. T. Suzuki, y buscar un templo en el que se nos guíe. ¡Pero recuerden, eviten los koan a toda costa!*

De este modo lograremos reducir nuestros pensamientos al mínimo, así como nuestros estímulos pero: ¿cómo activarlos en el momento necesario? Eso será lo que se exponga en el próximo volumen: el poder de la frenología; partes de la mente y cómo activar el magnetismo localizado.

*Los koan son frases cortas con un enigma implícito, muy difíciles de desentrañar. Los desechamos por estimular a más no poder nuestro raciocinio.

lunes, 5 de abril de 2010

L s r cove os de un b lcón.

...

Capítulo 8

Y él, angustiado, preguntó: - ¿De verdad?

...

Capítulo 23

Ella respondió: - No.

domingo, 4 de abril de 2010

Niños, futuro, y niños otra vez.

Qué manía tiene la gente con envidiar a los niños por su inocencia. La única razón lógica y lo bastante fuerte como para profesar envidia -y yo la siento- hacia un crío, es su tamaño. Sería fantástico poder subirse uno a su vitrocerámica de cinco metros de largo y verter aceite de la botella de diez litros sobre la sartén que se necesitan las dos manos para transportar. Por no hablar de dormir en una cama gigante o, lo mejor de todo, cruzar el umbral de una puerta, mirar para arriba, y sentirse abarcado por el quicio. Qué sensación debe de ser... una pena que cuando tenemos el tamaño para vivirla, carezcamos de la conciencia para disfrutarla.

Y viceversa.

sábado, 3 de abril de 2010

La clave

La clave es no tenerse a uno mismo por más de lo que es. Si se consigue, ya se es lo bastante como para tenerse a uno mismo en su justa estima. Claro que entonces uno se tiene por encima de los demás y eso no les gusta y te dirán que la clave es no tenerse a uno mismo por encima de lo que es.

Así que la clave es, o suicidarse, o acabar con todos los demás.

domingo, 28 de marzo de 2010

Sin.

Érase una vez una niña sin voz y un muchacho sin corazón que se conocieron un buen día a la luz del atardecer en un jardín de orquídeas y margaritas. A partir de ese momento, la niña sin voz y el muchacho sin corazón compartieron muchos días a la luz del atardecer en jardines de orquídeas y margaritas y no tardó en florecer en la niña la admiración hacía el muchacho.
Un día que la niña explicaba con mímica dominada sus aventuras veraniegas, ésta, sin aviso oportuno, abrazó fuertemente al muchacho, que quedó sorprendido, y largo rato después ella lo besó. El muchacho sonrió y le dijo:
-¿Qué es lo que deseas?
A lo que la niña contestó poniendo el dedo índice en el pecho del muchacho.
-¿Deseas mi corazón? -sonrió- Yo te lo daré...a cambio de lo que yo deseo.
La niña, impaciente, posó sus manos abiertas en las mejillas del muchacho y, con una mirada de ansiedad, lo instó a contestar lo más pronto posible.
-Deseo tu voz, a cambio.
Y se marchó.
La niña, desolada, sin que nadie lo supiera, lloró durante noches, ofreciéndole su sonrisa al día, dándole su verdad a la luna. Lloró por no ser de otra forma, por no poder dar aquello que le era demandado y que, por el mismo motivo, no podía conseguir lo que anhelaba más que vivir.
Pasó tiempo de aquéllo, y la muchacha seguía acudiendo al jardín de orquídeas y margaritas, del mismo modo que el hombre lo hacía. Y ella esperaba allí sentada, a sabiendas que él no la miraría, que no tendría más ojos que los que depositaba en las diferentes muchachas que cada día a la luz del atardecer el hombre portaba.
Algunas noches, cuando el hombre y su acompañante dejaban el lugar, la muchacha los seguía por calles adoquinadas, bajo la lluvia, a través de las luces semiopacas de la ciudad, pasando por el tumulto de las ciudades hasta moteles de color apagado, otras veces rojizo, y se quedaba cerca de la puerta donde los veía entrar, sentada durante horas, hasta que el sueño, el frío, o la lluvia la deterioraban tanto que su propia consciencia no la dejaba continuar.
De repente, un día como aquellos tantos otros que el hombre invitaba a pasar a alguna mujer con él, la muchacha sintió tanto dolor, tanta mentira acumulada durante la luz del pálido sol, que sollozó. Sollozó y su voz la hizo temblar, de asombro, de felicidad, de miedo...y su locura la hizo correr hacia la puerta y golpearla con todas las fuerzas renovadas. El hombre, azorado, abrió la puerta y la reconoció. Ella dijo:
-Quiero tu corazón, toma mi voz.
El hombre la miró, sonrió levemente y llevándose una mano hacia el cabello dijo:
-Me dejas sin palabras, muchacha.

domingo, 7 de marzo de 2010

Cómo conquistar el mundo mediante imanes (Volumen II: el superhombre)

Bien, como prometí, voy a explicaros cómo trascender vuestra condición humana para poder gobernar el orbe.

Para ello, debemos remontarnos al 22 de Septiembre de 1791 a las siete y cuarenta y dos de la tarde, momento en que nació el pequeño Michael Faraday, padre -Henry sería la madre- del electromagnetismo, una de las más poderosas armas que podemos llegar a manejar. Estos dos señores, en el llamado experimento de Oersted (y no, no es ningún espejo), comprobaron que al mover un imán cerca de un circuito se genera electricidad.

Bien; muchos años después los humanistas del XXI, los médicos, han estudiado lo que se denomina Medicina Tradicional China. Estos métodos, aún denostados por muchos escépticos, han resultado tener demostración práctica gracias a dos fenómenos comprobados: que el pensamiento humano se compone de impulsos eléctricos y que en la sangre hay hierro sobre el que se puede actuar magnéticamente.

Así que la conclusión es simple: si gracias a la electricidad pensamos -y no sólo eso, nos movemos también- no hay duda de que al estimular esa electricidad estimularemos nuestra capacidad muscular e intelectiva. Y aún hay más, pues al igual que el hecho de que un imán puede crear corriente, ¡también se demostró que una corriente puede crear magnetismo! Hecho que nos permitiría crear campos magnéticos. Así que para ser superhombres en pensamiento, fuerza y telequinesis -pues al poder crear magnetismo podríamos mover objetos metálicos- no tenemos más que conseguir un imán gigante y fabricar una máquina que haga que éste gire a nuestro alrededor durante unos minutos, de suerte que nuestro hierro y nuestra electricidad sean potenciados. Con este tratamiento una vez al día será más que suficiente (eso sin tener en cuenta que cuando estemos 'potenciados' tal vez ni siquiera necesitemos de la máquina para hacer girar el imán en el aire, pues podremos moverlo a voluntad). Siguiente parada, volumen III: el poder de la frenología.

sábado, 6 de marzo de 2010

Cómo conquistar el mundo mediante imanes (Volumen I: el hecho conquistador)

Lo primero que hay que tener en cuenta a la hora de plantearse, como todos nos hemos planteado alguna vez, conquistar el mundo utilizando la poderosa fuerza que la naturaleza ha puesto a nuestro servicio y a la que los científicos han dado en poner el nombre de 'magnética', es que tan titánica tarea conlleva en sí misma el hecho de conquistar el mundo, es decir, debemos estar preparados para conquistar el mundo y entender que ésta es sólo una de las posibles maneras.

Para conquistar el mundo hay que ser modesto. Uno no puede levantarse una mañana y decir 'voy a conquistar el mundo'. No es tan fácil. Primero, porque para conquistar el mundo, aunque muchos parecen haberlo olvidado durante la historia, hace falta ser superior al resto de los hombres. Y entiéndanme, pues no es éste un acto de vanidad. Igual que para ser futbolista hace falta ser superior a los 'no futbolistas' en ciertos rasgos físicos y mentales, para ser conquistador de mundos hay que potenciar otros aspectos. Si los tenemos por encima de la media (como muchas mujeres), podremos dominar a un ser, si los tenemos muy por encima, tal vez a una comunidad o una ciudad entera incluso. Para dominar un país o un continente, hace falta ser el mejor, al menos el mejor de una época en tales cualidades. Pero amigos, para conquistar el mundo hace falta ser el mejor posible, y no sólo el mejor. Y, desgraciadamente, esto está vedado a las capacidades humanas. Aunque yo he hallado la forma de romper esa limitación y voy a compartirla con vosotros; a partir del próximo capítulo.

viernes, 5 de marzo de 2010

Prospecto

K se adelantó. Miró fijamente a ambos flancos y siguió avanzando hasta el siguiente punto. Otros compañeros le seguían muy de cerca, disparando balas sueltas hacia el cielo de vez en cuando, con la esperanza (algunas veces, la suerte) de acertar a darle a alguna de las criaturas. Hizo señas, y los demás continuaron por el camino mojado y pendiente, a duras penas manteniéndose erguidos pero con la mirada fija en el horizonte.
K tenía miedo. No era la primera vez que salía a combatir, ni mucho menos, pero todo aquello le sobrepasaba. El desconocimiento le producía pavor. No podía pensar en condiciones y mucho menos dar órdenes; pensar en todo eso solo empeoraba las cosas. Inmerso en sus vacilaciones notó una palmadita en la espalda y una cara conocida le propinó una media sonrisa burlona y un movimiento de ánimo con una mano fugaz. Era P, uno de los mejores, y no sólo en su trabajo. Lo vio adelantarse rápidamente y prepararle un lugar seguro para su paso. P no hablaba mucho. Sobretodo si tenía que ver con algo relacionado a su persona, pero era de confianza. K se apresuró en recorrer el espacio que quedaba entre los dos al mismo tiempo que la luz se iba atenuando y el espacio comenzaba a distorsionarse.
Cuanto más se aproximaban a las cúpulas donde nacían sin parar los monstruos, más bochorno hacía. El calor era insoportable, la visión empezaba a nublársele y el horizonte parecía cada vez menos estable. El aire era denso y se mecía alrededor de K, acariciándolo, abrazándolo, ahogándolo. K pensó que iba a vomitar. Había olvidado incluso cuanto tiempo llevaban aguantando y le producía mareos el hecho de imaginar cuanto podía durar el infierno.
P dio aviso de vía libre para continuar y en un momento los dos se recreaban con la destrucción de algunas de las huevas de las que regurgitaban los seres.
Algunos monstruos más grandes se acercaban y destruían las pocas defensas que les quedaban, K y P sabían que no tardaría mucho en pasar lo que ya habían aceptado. M se unió a la escaramuza de ambos, y con las palabras precisas y en el momento preciso (como siempre) les alentaba recordándoles que llevaban exactamente siente horas y cincuenta y ocho minutos. Pronto los refuerzos estarían allí y la iban a liar parda...
-Venga, cielo, tómate las medicinas, que ya toca.

La historia más larga del mundo

Nada, etcétera.

jueves, 4 de marzo de 2010

Daño colateral

Se preguntaba por qué le habían dado la habitación más amarilla del hotel. Era pequeña, los muebles, feos, la cama rota y la ventana atrancada. Las paredes, en un estertórico intento de modernidad, eran de un color naranja chillón que arañaban su cerebro como a una pizarra, con algunas manchas que lo palidecían, quién sabe, manchas de adúltero, de solitario o de reprimido en violeta. En todo caso, olían mal. Le dolían los ojos. No encontraba la puerta ni el aire.
Una vez cedió el pomo, trató de alargar el pasillo lo máximo posible, aporreando las paredes y topezando con la moqueta sucia que olía a SVR y que conducía a los ascensores, allá, a lo lejos. El último sprint y el primero no funciona, el segundo no abre las puertas ¡maldita sea! El puto tercero tardó cerca de un milenio en abrir una boca fría y oscura.

El Imbécil, cayó por el agujero del ascensor sin suelo.

A una calle de allí, Sergei se dirigía al hotel anticipando una limpieza de civil accidental. O accidentado.

Se rió.